Comentario
Algunos estudios relativamente recientes, como sobre todo el de Mercader Riba, han puesto de manifiesto muchos aspectos positivos del reinado de José I, en contra de una historiografía tradicional, muy crítica con respecto a la labor del hermano de Napoleón. Entre esos aspectos positivos cabe destacar la labor legislativa llevada a cabo durante estos años y los esfuerzos del monarca para granjearse la simpatía de los españoles, sintonizar con sus costumbres y con su mentalidad.
Entre su obra legislativa hay que señalar la abolición de los derechos señoriales, del voto de Santiago, de la Mesta, de las aduanas interiores y de todas las Ordenes Militares y civiles, a excepción del Toisón de Oro. Todas éstas fueron sustituidas por una sola orden, la llamada Orden Real de España, que la ironía popular bautizó inmediatamente como la Orden de la Berenjena, por el color violeta que poseía.
Por el decreto del 18 de agosto de 1809 se abolían las órdenes religiosas masculinas y se concedía a los residentes en monasterios quince días para abandonarlos y vestir hábitos clericales seculares. Se ordenó a estos religiosos que regresasen a su lugar de nacimiento, donde recibirían pensiones. El Estado se haría cargo de sus propiedades y las vendería a particulares. A la hora de tomar esta decisión, debió estar presente en la mente de los legisladores la actitud que había tomado el clero regular en general frente a la invasión napoleónica, alentando a la resistencia a la población, e incluso sumándose en algunos casos a la rebelión. En el mismo día quedaron eliminados todos los Consejos, excepto el Consejo de Indias, así como los títulos de la nobleza, a la cual se le ordenó solicitar una nueva concesión, so pena de ser degradada.
Otra de las medidas llevadas a cabo por el gobierno de José Bonaparte fue la centralización de la caótica administración española, a la que hizo más eficaz, mediante la racionalización de las funciones y la mayor dedicación de los empleados públicos. En lo que se refiere a la economía, eliminó leyes que obstaculizaban la libre circulación de mercancías y otras que suponían trabas e impedimentos para el desarrollo agrícola. Además, estableció un tribunal comercial y una Bolsa en Madrid. En cuanto a las circunscripciones administrativas, por un Real Decreto fechado el 17 de abril de 1810, se dividió al territorio español en 38 distritos, a los cuales se les denominó Prefecturas. Al frente de cada una de ellas, los Prefectos tendrían las facultades y la autoridad que anteriormente habían tenido los Intendentes del Reino. Esta división territorial fue de una extraordinaria trascendencia, pues al mismo tiempo que hacían más ágiles y eficaces las circunscripciones administrativas con el gobierno central, éstas dejaban traslucir las antiguas y tradicionales unidades territoriales existentes hasta entonces. En lo que respecta a la enseñanza, fomentó la creación de escuelas secundarias en las grandes ciudades e instó a la redacción de nuevos planes de estudio.
Una de las principales preocupaciones del rey José fue el urbanismo, y de ahí que se esforzara por embellecer Madrid. Ordenó la demolición de muchas construcciones y apoyó la creación de plazas y de zonas ajardinadas en los nuevos espacios. De ahí que recibiera también el apodo de El Rey Plazuelas. Mejoró el sistema de alcantarillado y el sistema de traída de aguas de la capital. Otras ciudades, como Sevilla, con la construcción del mercado de la Encarnación, conocieron en estos años importantes transformaciones urbanísticas.
A José le gustaban las diversiones y los espectáculos y durante su reinado se intensificaron las celebraciones y los espectáculos, y entre éstos, las corridas de toros. Las celebraciones religiosas cobraron esplendor y al nuevo monarca le gustaba presenciar las procesiones de Semana Santa y del Corpus. Participó incluso en la procesión del Corpus de Madrid, en junio de 1810, la cual fue presenciada por numerosos madrileños. Por la noche se celebró con ese motivo una fiesta en el Palacio Real que duró desde las ocho de la tarde hasta media noche. Su afición al teatro le llevó en numerosas ocasiones a presidir las representaciones que tenían lugar en los teatros madrileños, donde a veces era objeto de aclamaciones por parte del público. Asimismo le gustaba asistir a las óperas y operetas que se estrenaban en la capital.
Pero también las otras ciudades españolas que se hallaban bajo el dominio napoleónico participaban de los festejos impulsados por los nuevos gobernantes. En Sevilla, la Catedral se convirtió en el centro de las grandes ceremonias organizadas por los ocupantes, sobre todo aquellas que tenían lugar con motivo del día de San José, festividad del nuevo Rey, y las del Emperador y su esposa. Había Te Deum con acompañamiento de las bandas militares y posteriormente se celebraban distintos juegos en los que participaba la población. Por la noche se tiraban fuegos artificiales "desde lo alto de la torre de Sevilla", y se celebraban bailes a los que eran invitadas todas las autoridades francesas y españolas.
Todas estas actividades contribuyeron a granjear al rey José una cierta popularidad, pero ésta desapareció completamente cuando en febrero de 1810, el Emperador, pretextando que el sostenimiento del ejército francés generaba unos gastos muy elevados, creó cuatro gobiernos militares en Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya, otorgándole a los generales que figuraban a su mando, jurisdicción civil y militar. Los impuestos recaudados en cada uno de ellos serían destinados al mantenimiento de las tropas. Esta medida suponía que la Monarquía española perdía de hecho los territorios situados al norte del Ebro. La protesta no se hizo esperar y el propio rey José marchó a París y amenazó a su hermano con abdicar si no ponía coto al extraordinario poder que adquirían los militares en España. Su debilidad y la autoridad que sobre él mantenía Napoleón, hicieron que José no tuviese más remedio que plegarse a esta disposición, aunque ello le restaba credibilidad ante sus súbditos españoles.
Fue la falta de voluntad lo que le impidió adoptar una postura heroica ante su hermano para defender los intereses de España, por los que realmente estaba dispuesto a velar. Pero era incapaz de mantener una actitud frontalmente opuesta a la del Emperador, y por esa razón los generales franceses ignoraban sus órdenes y gobernaban de forma dura e implacable. Algunos de ellos, como el general Kellerman, vivían como un auténtico sátrapa, secuestrando y haciendo uso de los bienes y el patrimonio de los españoles que vivían en la zona ocupada por sus tropas. Fue esa actitud de los mandos del ejército napoleónico lo que más contribuyó a acentuar la hostilidad de los españoles hacia el rey intruso.
Queda pues, como balance de su corto reinado, la buena disposición para realizar una serie de reformas necesarias en el país, que en realidad tenían una cierta continuidad con el programa del Despotismo ilustrado, y la escasa eficacia de la aplicación de estas reformas por una serie de circunstancias adversas, entre las que no carecían de importancia, la falta de apoyo por parte de los españoles, las dificultades impuestas por los generales del ejército de ocupación, o las mismas vicisitudes de la guerra, que mantuvieron a España en vilo hasta la expulsión del gobierno intruso.